«El coso», un documental sobre el inclasificable artista Federico Manuel Peralta Ramos

Leyenda inasible que difuminó la frontera entre su vida y su obra, su figura es abordada por el director Néstor Frenkel en el film que se estrena este jueves en el porteño Complejo Gaumont. A partir del 22 de diciembre se podrá ver en la plataforma Cine.ar.

Federico Manuel Peralta Ramos difuminó la frontera entre su vida y su obra, una leyenda inasible que Néstor Frenkel aborda en «El coso», que se estrena mañana en el porteño Complejo Gaumont, y a partir del 22 de diciembre, se podrá ver en la plataforma Cine.ar.

De origen acomodado pero desclasado por voluntad propia, Peralta Ramos (1939-1992) tuvo varios mojones que cimentaron su leyenda: compró un toro campeón en La Rural para exhibirlo en una galería de arte y luego no tuvo cómo pagarlo, construyó un gigantesco huevo que bautizó como «Nosotros afuera» que luego destruyó con un hacha, se hizo popular en el programa de Tato Bores con sus recitados tan inentendibles como hipnóticos, ganó la prestigiosa Beca Guggenheim y con el dinero invitó a una cena a sus amigos en donde se gastó hasta el último centavo y como justificación, dijo que la pantagruélica comida era en sí una obra de arte.

«Conocí a Peralta Ramos a través de sus apariciones en el programa de Tato Bores», cuenta a Télam Néstor Frenkel («Todo el año es Navidad», «El gran simulador», «Construcción de una ciudad», «Buscando a Reynols»), sobre el origen de su interés sobre el artista nacido en Mar del Plata.

Acerca de la enigmática personalidad de Peralta Ramos, Frenkel destaca que «trabajaba todo el tiempo con ese no entender, todo lo que hacía estaba al borde de ser una estupidez y a la vez una genialidad» y señala que el documental tuvo como objetivo «construir al personaje Manuel Peralta Ramos desde la ausencia».

La película, que cuenta con material inédito del artista insignia de la vanguardia de los años sesenta, presenta material inédito del poeta, performer y showman, cuenta con la participación de Damián Dreizik y los testimonios de Diego Peralta Ramos, Pedro Roth, Mario Salcedo, Deni de Biaggi, Hugo de Marziani, Gabriel Levinas, y Julio Sapollnik, entre más.

-¿Cómo llegaste a Federico Manuel Peralta Ramos y por qué decidiste hacer una película sobre él?
-Como tantos otros, conocí a Federico Peralta Ramos a través de sus apariciones en el programa de Tato Bores y me acuerdo de las sensaciones que despertaba, como ver a un ser de otro planeta, parado recitando con la mirada perdida, tanto que había gente que creía que era ciego. Provocaba algo misterioso, como ver a alguien que venía de otro lado.

-No se entendía bien lo que hacía pero provocaba un magnetismo especial.
-Trabaja todo el tiempo con ese no entender, todo lo que hacía estaba al borde de ser una estupidez y a la vez una genialidad, un absurdo total de una mente superior que está pensando algo veinte años antes, un adelantado.

Después de enamorarme del personaje, investigué y encontré que había entrevistas que le habían hecho en Expreso Imaginario, Humor, Pan caliente y El porteño, revistas que compraban mis hermanas más grandes, así que entiendo que algo de eso me quedó; me pareció que era una un personaje interesante para abordar.

-¿La locura y la genialidad de la obra de Peralta Ramos no determinó la estructura de «El coso»?
-De hecho el plan original era que la película iba a ser más excéntrica, pero después me di cuenta de que era el camino equivocado, porque ni yo iba a ser Federico, ni Damián Dreizik, que era el actor que se ponía en su lugar, tampoco era Federico. Era como que se ponían en competencia todos los Federicos y al final chocaban. Lo que se requería era que mi lugar de director fuera menor, más modesto; la potencia estaba en el trabajo de correrme y tener una mirada como más neutral, si se quiere algo parecido a lo que había hecho en «Buscando a Reynols», con un grupo de rock con una propuesta súper extrema, por eso la película es bastante clásica.

-En definitiva, la falta del personaje a abordar hizo que el relato se construyera a partir de las entrevistas.
-En principio trato de no preocuparme demasiado por la impronta. Si uno trabaja con honestidad y entrega lo mejor de uno, algo queda ahí y es inevitable que la película que yo haga fuera a ser totalmente distinta de lo que haga cualquier otro sobre este mismo personaje, inclusive con los mismos materiales. Dicho lo cual, puedo decir que quizás lo mío en la elección del personaje fue poner la mirada sobre alguien quizás cercano a mi sensibilidad o a lo que yo vengo haciendo, algo diferente a lo que hacen otros documentalistas. Creo que ese es mi trabajo.

-¿Cómo accediste al material de archivo?
-Había muy poco; pude conseguir los materiales del programa de Tato Bores a través de su hijo, lo mismo con la aparición de Federico en «El amor es una mujer gorda», que Alejandro Agresti me permitió usar. El historiador de arte Julio Sapollnik me dio un casete inédito de una conferencia en el Museo Nacional de Bellas Artes adonde cayó con una guitarra, y después el hijo del director Pedro Roth me cedió la filmación que había hecho de la construcción y el traslado del gigantesco huevo que se emplazó sobre Florida, al lado de la Plaza San Martín en Retiro. En definitiva, todo esto constituyó el devenir de la búsqueda de materiales, con los amigos de Federico que estuvieron muy presentes y fueron muy generosos.

-¿Cómo llegaste a la síntesis a la hora de elegir los testimonios de los personajes que aparecen en la película?
-En general a priori no hago una investigación muy profunda, me interesa o me divierte ir avanzando y tirando de la piola, digamos, y viendo qué puerta se abre y cuál se cierra; eso exige también un tiempo importantísimo.

El proyecto se escribió prepandemia, se aprobó y supuestamente estaban dadas las condiciones para empezar, pero estábamos en Fase 1, así que hubo que esperar y todo eso me fue llevando a muchas ideas laterales que fueron descartadas oportunamente, para concentrarme en los contactos que iban apareciendo.

-Es notable que más allá de su origen patricio, Peralta Ramos reivindica su sentido de pertenencia como argentino, que no se encandila con las oportunidades que como artista se le abrían en el mundo.
-Sí, eso está muy presente. Más que argentino es porteño y más que porteño es de esa zona que giraba en torno a la calle Florida de esa época, esas cuatro cuadras, con cinco cafés; ese era su mundo, el mundo de un tipo muy monástico, de rituales muy precisos.

En cuanto a las oportunidades, es un poco como dice Pedro Roth que los artistas estadounidenses «nos querían contar qué era el pop art y nosotros éramos el pop art», cómo se creó un lenguaje artístico y una forma de ser un artista totalmente argentino, conectado con la modernidad de ese momento. De hecho, él gana una beca para ir a Nueva York y no va, también tiene obras y escritos donde dice que París atrasa, que Europa está muerta, que lo único bueno de ahí es la ropa, que tendría que llamarse «Enropa».

-¿Considerás que la obra de Peralta Ramos tiene el reconocimiento que merece?
-Eso una discusión que no termina o, en todo caso, una reflexión que no termina, por eso de que su obra está opacada por él, pero la mayor genialidad es la construcción de ese personaje, de cómo vivió y cómo dijo en una de sus obras «Voy a romper la barrera entre arte y vida, mi vida es mi mayor obra de arte». Es por eso que es un artista tan especial, tan imposible y tan efímero y a la vez tan trascendente: porque lo que él hacía era en el momento, era la ocurrencia, era lo que pasaba, era lo que escribía en un papel cualquiera y se perdía y llegamos al absurdo de que en el presente hay restauradores trabajando con sus papelitos y servilletas en donde escribía sus cosas y el mercado de arte tratando de encontrarle un espacio y ponerle precio a todo eso.

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