Mientras el oro del Banco Central desaparece entre vuelos comerciales y balances opacos, el gobierno de Milei responde con tuits, cinismo y una alarmante falta de transparencia. Entró la bala y en esta extensa nota te explicamos el porqué.
La insólita defensa del secretario de Finanzas, Pablo Quirno, frente al escándalo del oro argentino que fue sacado del país sin destino declarado, no solo expone las debilidades contables del gobierno libertario, sino que revela el trasfondo de una política económica opaca, improvisada y plagada de ilegalidades encubiertas. En vez de brindar explicaciones serias, Milei y su equipo intentan silenciar las preguntas con tecnicismos y banalidades.
En el ocaso de un domingo futbolero, mientras la atención pública estaba volcada a los clásicos del campeonato local, el secretario de Finanzas de Javier Milei, Pablo Quirno, protagonizó uno de los capítulos más bochornosos de la gestión libertaria: un intento desesperado por justificar lo injustificable, tapar lo destapado y maquillar lo que a simple vista es un escándalo de magnitudes históricas. En lugar de explicaciones detalladas sobre el destino de más de 2.000 millones de dólares en reservas de oro del Banco Central, lo que ofreció fue un print de balance subido a Twitter y un silencio ensordecedor sobre las preguntas fundamentales.
¿Dónde está el oro argentino? ¿Por qué se lo llevaron en vuelos comerciales? ¿A qué operación responde? ¿Está caucionado? ¿Genera algún rendimiento? ¿Por qué no figura con claridad en los balances contables del BCRA? Ninguna de estas preguntas tiene, al día de hoy, respuesta oficial. Lo único cierto es que el oro salió del país y que, pese a la descomunal suba en su cotización internacional —alcanzando un récord histórico de 3.500 dólares la onza—, el balance del Banco Central sigue registrándolo con la misma valuación obsoleta de ejercicios anteriores. Como si el oro no hubiese subido ni un centavo. Como si su destino no importara. Como si no fuera de todos los argentinos.
La maniobra fue inicialmente revelada por LPO en una nota de Luciana Glezer, y la reacción inmediata del gobierno no fue esclarecer, sino desmentir… a medias. Quirno tuiteó una captura del balance del BCRA, como si eso alcanzara para cerrar el tema. En la imagen se refleja la misma cantidad de onzas que en los balances de 2022 y 2023, lo que agrava aún más el panorama: el gobierno ni siquiera se dignó a actualizar la valuación del activo, ni a declarar si esas onzas están efectivamente en poder del Estado.
Y es que no se trata solo de una omisión técnica o contable. Aquí lo que está en juego es la legalidad misma de una operación financiera sin precedentes en la historia económica argentina. El traslado del oro se realizó en vuelos comerciales, sin informar previamente al Congreso, sin comunicar su destino, sin detallar el uso de los activos ni si están caucionados. El propio ministro de Economía, Luis «Toto» Caputo, reconoció la operación después de que fue revelada por la prensa. Y ni él ni Santiago Bausili, presidente del Banco Central, brindaron explicaciones públicas.
El oro, que representa una porción significativa de las reservas argentinas, fue removido del país en un contexto de crisis económica profunda, donde cada dólar cuenta y donde la confianza en las instituciones monetarias está por el piso. Pero lejos de una estrategia de fortalecimiento del BCRA, la maniobra parece más bien una fuga encubierta, una operación oscura en la que la transparencia brilla por su ausencia y las autoridades se niegan a rendir cuentas.
La gravedad institucional del caso es alarmante. No solo por la opacidad de la operación, sino porque los balances presentados por el Banco Central no cumplen con las normativas básicas de los consejos profesionales de Ciencias Económicas: no se informa si el oro está disponible o si su uso está restringido; no se especifica si está generando rendimiento, ni se detalla su cantidad precisa ni su destino. Esa omisión no es menor. Según especialistas en derecho económico consultados por LPO, podría constituir un delito penal.
Y sin embargo, el Poder Judicial permanece inmóvil. Las dos denuncias presentadas por el gremio La Bancaria, encabezado por Sergio Palazzo, ante la Sala V de la Cámara Contencioso Administrativo Federal, duermen el sueño eterno en los despachos judiciales. La Justicia, tan ágil para perseguir opositores o criminalizar protestas sociales, parece súbitamente paralizada cuando se trata de investigar al gobierno de los «libertarios», a sus CEOs disfrazados de funcionarios y a sus experimentos con los activos del Estado.
Incluso Martín Redrado, ex presidente del Banco Central y siempre diplomático, no pudo ocultar su sorpresa y calificó la operación como «inédita», reclamando que se informe no solo el porqué de la remoción del oro, sino también en qué plazos se espera su retorno al país. Un reclamo que, en cualquier democracia madura, sería atendido con urgencia por las autoridades competentes. Pero en la Argentina de Milei, donde todo lo público es sospechoso y todo lo estatal es enemigo, lo más sensato parece haberse vuelto subversivo.
Lo más indignante es que el propio Quirno, encargado de la patética defensa tuitera del oro perdido, ni siquiera forma parte del Banco Central. En nombre de una supuesta «independencia» de la entidad monetaria, el gobierno pone a un funcionario externo a dar explicaciones que ni el propio presidente del BCRA se anima a brindar. Es el colmo de la lógica invertida: el que no tiene competencia, habla; y el que la tiene, calla.
Lo que está ocurriendo con las reservas de oro del país no es un episodio menor. No es una discusión técnica, ni un desliz contable, ni un error burocrático. Es una advertencia. Una señal de alarma que anticipa el tipo de gobierno que lidera Javier Milei: uno que desprecia la transparencia, que desprecia la rendición de cuentas, y que está dispuesto a utilizar los recursos públicos como si fueran propiedad privada de una casta libertaria que solo rinde culto al mercado, a los algoritmos y a sus propios intereses.
En nombre de una «libertad» vaciada de contenido, los libertarios están escribiendo un nuevo capítulo de saqueo institucional, disfrazado de tecnocracia. En nombre de la eficiencia, están perpetrando lo inefable. En nombre de la verdad, están escondiendo oro en algún lugar del mundo. Tal vez en Basilea. Tal vez en Londres. Tal vez en algún paraíso financiero donde la justicia argentina jamás se atreva a mirar.
(Por Walter Onorato)
Fuente: En Orsai