Desde el año 2009 cada brote es mayor al anterior. Desde el municipio explican por qué importa incorporar hábitos de prevención permanente y por qué no es suficiente la fumigación.
El plato que se coloca debajo de la maceta para que drene el excedente del riego; la planta que se pone a crecer en agua; el plato de las mascotas; la botella que quedó vacía y destapada en el patio, el piletín de lona que ya no se usa pero tampoco se limpia. Todos esos elementos y muchos, muchos más son potenciales criaderos de Aedes aegypti, el mosquito que transmite el dengue, además de otra numerosa cantidad de enfermedades, entre ellas, zika y chikungunya.
El descacharrado, esa palabra que hasta hace poco parecía reservada a los ámbitos periféricos y rurales, está asociada hoy y desde siempre con la práctica más efectiva para controlar la propagación del vector del dengue.
Los bloqueos se realizan a partir de un caso positivo e involucran la manzana del paciente y ocho manzanas alrededor. Eso cuando se hace en forma completa. En ocasiones son parciales y el radio de acción se acota. «La cantidad de confirmaciones, que creció de manera exponencial en las últimas semanas, hace imposible que el despliegue sea total en todos los casos».
Pero la estrategia es siempre la misma: se presentan a los vecinos, consultan si hay personas con síntomas compatibles con dengue (fiebre alta, dolor de cabeza, de cuerpo y detrás de los ojos, entre otros), y se pide autorización para hacer un relevamiento de la vivienda.